Por V. Timiriazev

Extraído del libro Исторический Вестник Год Шестнадцатый [Boletín Histórico]. Библиотека «Руниверс» [Biblioteca Runivers]. Tomo LX, Moscú.

 

Traducido del ruso por Daria Semiónova

Revisado y corregido por Juan Pablo Duque Henao

Editado por José Escalona Briceño

 

“Aquí está el príncipe Nassau, un grande de España, y el español Miranda; cuando toda esta gente salga de aquí, dirán que no valía la pena venir,” – escribió Catalina la Grande a Grimm el 8 de febrero de 1787 desde Kiev[1], y uno de los extranjeros mencionados, el príncipe Nassau-Siegen, el 28 de febrero del mismo año en una carta a su esposa escribió: “Encontramos en Jersón a un americano español, se llama el señor de Miranda y es una persona extraordinaria y muy inteligente, y le cae muy bien a Potiomkin, nos acompañó a lo largo del viaje”[2]. Y por fin, el delegado francés el conde de Segur, quien acompañó a Catalina durante su viaje famoso a Crimea, cuenta: “Fue en Kiev donde por primera vez vi al español cuyo nombre luego cobró mala fama. Se llamaba Miranda, era una persona muy educada y muy inteligente, pero también era un intrigante audaz. Nacido en América tenía relaciones de parentesco con la familia Aristigueta, a la que conocí cuando estuve en Caracas. Durante la guerra el gobierno español descubrió, que Miranda traicionó a España pasando a un almirante inglés los mapas y planos de Cuba y de otras colonias españoles. Le querían detener, pero se fugó y desde aquel tiempo, privado de su grado en el ejército español, va viajando por Europa. Agentes españoles le persiguen por todas partes, y se oye decir, que el gobierno inglés le paga sueldo. Anda guardando su indignación y su orgullo herido hasta que tenga una oportunidad de volver a Caracas y de hacer lo que estaba planeando desde hace mucho tiempo – la revolución. De momento no lo supe, pero como no llevaba ningunas cartas de referencia, negué a presentarle a la emperatriz. Miranda, sin desanimarse, se dirigió al príncipe Nassau, a quien había conocido en Constantinopla, y aquel le presentó a Potiomkin, quien se entusiasmó muchísimo por una persona tan inteligente y consiguió que Catalina le diera a Miranda una audiencia secreta. Logró convencerla de que era una víctima de la inquisición y un mártir de la filosofía, y cuando se despidió de ella y salió para San Petersburgo, Catalina mandó a su vicecanciller que le recibiera a Miranda con honor, como a una persona que merecía el respeto de la emperatriz”[3].  Al regreso a San Petersburgo, Segur encontró a Miranda, quien al momento tuvo un conflicto con el encargado de negocios de España. Aquel demandó que Miranda quitara su uniforme de coronel o presentara un documento oficial que confirmaría que era coronel del ejército español, a lo que Miranda respondió con una carta insolente y ofensiva. Entonces el encargado se dirigió para pedir instrucciones a Madrid y le mandaron que demandara a la emperatriz que entregara a Miranda a España, porque era un fugitivo acusado de alta traición. “Me negué a colaborar con el encargado español en aquel asunto, – escribe Segur – porque en tales condiciones la extradición era injusta e impolítica, sólo le prometió que cesaría mis contactos con Miranda. Pero como los ministros intentando dar gusto a la emperatriz trataban a aquel español americano de una manera muy amable y le recibían junto con el cuerpo diplomático en sus cenas de gala, yo con el encargado de Nápoles el duque de Serracapriola les dieron a conocer que tal tratamiento a la persona que había ofendido al encargado de negocios de España era una prueba de falta de respeto hacia las cortes de Madrid, Nápoles y Versalles, y si las cosas seguían así, nos veríamos obligados a poner fin a todos contactos diplomáticos. Al principio la emperatriz se enfadó de nuestra declaración, porque su ayudante de campo Mamonov tenía muy buena amistad con Miranda y la misma emperatriz le recibía muy a menudo. Pero varios días después Catalina se tranquilizó y aconsejó a Miranda que se marchara. Abandonó Rusia colmado de gracias de la emperatriz”[4].     

Son todos los datos que teníamos hasta ahora sobre la estancia de uno de los aventureros más famosos de finales del siglo XVIII y de inicios del siglo XIX en Rusia. Pero hay que decir que aún su nuevo biógrafo Maurís Wahl, quien dedicó a la actitud múltiple e interesante de Miranda una crónica detallada bajo el título “El general Miranda – aventurero de los dos mundos”, no dio muchos detalles sobre la estancia de Miranda en Rusia en la edición de septiembre de la revista La Vie Contemporaine[5]. Sólo cuenta que en Táurida Miranda conoció a Potiomkin quien le presentó a Catalina, a la que Miranda cayó muy bien y la emperatriz le propuso que se alistara al servicio militar ruso, pero aquel se negó por motivos de que ya había dedicado su vida al noble objetivo de liberar a América del Sur del dominio español. “Aquella emperatriz benevolente – anota Wahl, – nunca desatendía a los idealistas y hasta favorecía sus ideas ardientes con el objetivo de utilizarles para su beneficio si llegaba el caso. Además, el proyecto de Miranda no era quimérico: si se realizó en América del Norte, por qué no podía realizarse en América del Sur. Por fin, era razonable tener amigos por todas partes del mundo, incluso en el Nuevo Mundo, y la emperatriz era capaz de valorar al héroe noble como uno valora una obra de arte, por eso puede ser, que su benevolencia a Miranda fue dictada no solo por razones políticas. De todas formas, mandó que escribieran cartas a los encargados rusos que se encontraban en las cortes europeas, para que no solo le recibieran bien y le colmaran de atenciones, sino también le prestaran ayuda, defensa y le dieran asilo en la embajada si llegaba caso[6].  Por desgracia Wahl no indica las fuentes de esta información, así los hechos de benevolencia de Catalina a Miranda quedan sin pruebas y el papel que él jugó en Rusia, sigue estando cubierto por la oscuridad de incertidumbre. Pero gracias a la narración pintoresca de Wahl, la personalidad interesante de Miranda se destaca ante el fondo de su vida llena de peripecias dramáticas, la vida del aventurero del Nuevo y Viejo Mundo, una gran figura de la revolución francesa y un mártir de la lucha por la independencia de su patria, América del Sur, de España, lo que fue conseguido, pero no por él, sino por su discípulo y compañero de lucha famoso, Simón Bolívar. En cuanto a la última fase en la carrera de Miranda, precisamente la de su lucha patriótica y heroica por la libertad nacional de su patria, la narración de Wahl se complementa con la información contada en “Historia de Bolívar”[7] por el general Ducoudray-Holstein, quien fue el jefe de Estado Mayor adjunto a Bolívar durante la guerra por la liberación de Colombia.

Nunca había en Europa tantos aventureros de varios orígenes como en la segunda mitad del siglo XVIII, pero la mayoría de ellos eran personas codiciosas y llenas de amor propio, mientras que Miranda tiene imagen de un portador orgulloso y valiente de las grandes ideas humanísticas de aquella época gloriosa. Su nombre está escrito en el arco de triunfo en París entre los nombres de los generales que hicieron favores a la Francia republicana; América del Sur trata a este primer luchador y mártir de la libertad como a un héroe nacional, Jules Michelet le llama “el noble Don Quijote de revolución”. Una figura tan simpática y que merece mucho respeto, sin duda también merece atención, en particular en nuestros tiempos prosaicos, marcados por obsesión por las ganancias. Por eso el trabajo de Maurís Wahl, en el que reanima a la figura poco conocida de Miranda, viene al caso.

Francisco Miranda nació en Caracas en 1750. Muy temprano se alista al servicio militar y una vez recibido el grado de capitán se marcha a Europa, donde participa en la campaña de Alejandro O´Reilly contra Argelia y en la defensa de Melilla. Tiene una mente muy perceptible y lee mucho en su tiempo libre, aunque su jefe no le deja ir a París para finalizar su educación y la inquisición quema sus libros. Con una firmeza extraordinaria sigue su camino, buscando a profesores, estudiando matemática, historia militar, idiomas contemporáneos y antiguos, y leyendo las obras de los escritores más grandes de aquella época en idioma original. Así adquirió amplios conocimientos generales y en material bélico y aprovechó de la primera oportunidad para implementarlos en aras de la gran idea humanística – participó en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos como oficial del cuerpo auxiliar español liderado por el general francés Rochambeau. Contacto con norteamericanos valientes, que se habían levantado para luchar por la libertad de su patria, con los voluntarios franceses, quienes combinaban la fineza de la cultura francesa con el entusiasmo hacia las ideas progresivas, y con tales personas, como Washington y La Fayette, hizo al joven Miranda tomar una firme decisión a dedicar toda su vida a la misma tarea noble, por la que estaba luchando en América del Norte. Si los americanos del Norte consiguieron liberarse del dominio de Inglaterra, ¿por qué los del Sur no podrían hacer lo mismo con el dominio de España? Fue la pregunta a la resolución de la cual Miranda, teniendo sólo veinte años, se dedicó con toda su alma, y cuando llegó al fin la guerra norteamericana, ya tenía en su cabeza un plan completo de liberación de su patria del yugo pesado español. Al regresar a Caracas empezó a propagar la idea que dominaba su mente, pronto le acusaron de una conspiración contra el vice-rey español y tuvo que huir a Europa. Claro que no podía ir a España donde levantaban una calumnia contra él, lo que vemos reflejado en las palabras de Segur, y por eso Miranda emprendió una larga serie de viajes por Inglaterra, Prusia, Austria, Italia, Grecia, Turquía, Rusia y los países escandinavos. En todos los países va conociendo a los políticos destacados y estudiando muy atentamente las costumbres de cada país, pero no lo hace con la tranquilidad de un filósofo, sino con el entusiasmo ardiente de una persona, que se ha entregado a una idea. Asistiendo a los desfiles de los regimientos prusianos de Federico el Grande en Potsdam y a las reseñas de las tropas rusas durante el viaje de Catalina a Crimea, solo piensa en como algún día va a liderar las tropas latinoamericanas. Consiguiendo amistades con ministros y audiencias a los reyes y emperadores no persigue la tarea de halagar su amor propio, sino busca ventajas, que podrían ayudarle a realizar su plan. Y por fin, estudia los sistemas de varios gobiernos europeos, sobre todo de los liberales, acumulando materiales para la futura constitución de América del Sur.

Fue obvio que el gobierno español, al recibir información sobre tal actitud de uno de sus oficiales, se enfadara y tomara todas las medidas para impedir que Miranda pudiera quedarse en cualquiera de las cortes europeas. Como vemos, lo logró en el caso de Rusia, cuando engañado Segur facilitó que Miranda se marchara. Por otra parte, en este respeto Segur actuaba de acuerdo con la política francesa de aquella época, porque en aquel momento España y Francia fueron aliados. Por eso no fue una sorpresa cuando en 1788 el coronel norteamericano Smith, un amigo de Miranda, llegó a París, le empezó a perseguir la policía francesa. Al verle La Fayette exclamó: “Espero, que su amigo el coronel Miranda no haya venido acompañándole”. Advertido, que en Francia le podían detener, Miranda evitaba viajar por allí, y fue sólo en 1791 cuando la policía francesa estuvo ocupada con otras cosas y Miranda pudo pasar por Francia durante su viaje a Londres, a donde se apresuraba para aprovechar del conflicto entre Inglaterra y España por motivo de la bahía de Nootka para realizar su plan. Los dos países estaban a punto de desatar una guerra, y Miranda conoció al primer ministro inglés Pitt, a quien contó su proyecto. Al principio tuvo suerte: el ministro prometió apoyar el levantamiento popular de América del Sur y aún invitó a los jesuitas a los que habían expulsado de América hispanohablante al destruir su orden en España. El asunto llegó tan lejos que uno de los jesuitas, Viscardo Guzmán, hasta escribió un manifiesto elocuente en nombre de los patriotas americanos. Pero el conflicto de Nootka se resolvió pacíficamente, y aunque Pitt aseguraba a Miranda que el asunto sólo se posponía, aquel, decepcionado, abandonó Inglaterra y se fue directamente a Francia, donde la revolución iba a toda marcha.

Aquella revolución atraía de una manera irresistible a muchos extranjeros y desde el principio entre los revolucionarios aparecían personas de varios países desde entusiasmados y apasionados defensores de las ideas humanísticas hasta intrigantes y aún espías. Por un lado, estaban el fugitivo La Marque, el sueco Fersen y Mallet du Pan de Ginebra, quienes defendían a la familia real, y por otro lado se encontraban los jacobinos, entre los que se destacaban Cloots, Proli, Guzmán y Lazovskiy. Y por fin Claviere de Ginebra, quien, así como su compatriota Necker, era ministro de finanzas y Lebrun Tondu de Lüttich – ministro de asuntos exteriores. No era sorprendente que a Miranda le incorporaran en el remolino revolucionario, aunque el mismo sólo quería observar aquel cambio político grande y sacar experiencia para su plan ambicioso. Sus antiguos amigos de los tiempos de la guerra norteamericana le acogieron en los círculos de patriotas, donde Miranda conoció a Pétion, Brissot y Dumouriez, quienes al mismo tiempo reconocieron sus amplios conocimientos militares. Después del 10 de agosto se necesitaba mucho a oficiales capaces, y el ministro militar Serván propuso que Miranda se alistara al ejército francés con el grado de mayor general, porque en el ejército de España era coronel. Miranda se puso de acuerdo con muchas ganas, y debutó con éxito en la compañía de Aragón, mostrando una valentía extraordinaria durante la retirada de Sainte-Menehould; Dumouriez le elogiaba muchísimo y logró para él el grado de teniente general. A finales del año 1792 participó en la conquista de Bélgica y al mismo tiempo favorecía al proceso del reconocimiento de la República Francesa por parte de los Estados Unidos. Sus compañeros girondinos contaban con él en la materia de propaganda democrática, y Brissot propuso que pusieran a Miranda el gobernador de Saint-Domingue. Según aquel orador elocuente, Miranda en corto tiempo podría calmar riñas pequeñas coloniales y con la ayuda de las tropas que se encontraban en las Antillas francesas y de 15.000 de mulatos audaces establecer la libertad en América hispanohablante. “Qué significan los planes políticos de los elogiados Richelieu y Alberoni”, – añadía el girondino ansioso, – “frente a las revoluciones grandes, a las que vamos a dar impulso nosotros por todas partes del mundo”. Pero Miranda no se entusiasmó por el proyecto grandioso y razonó que mientras que conocía muy bien América del Sur, no tenía ni idea sobre las condiciones en las Antillas francesas, por eso no estaba seguro de que las islas pudieran llegar a ser una base sólida para operaciones militares, cuanto más que su marcha por supuesto impulsaría a España e Inglaterra a tomar medidas. Dumouriez por su parte no quería guerra con España, porque creía que Francia ya tenía bastantes enemigos, por eso logró que se pospusiera la realización de aquel proyecto y en vez de organizar operaciones militares en América se ocuparan de defensa de sus fronteras en Europa.

En la compañía holandesa Miranda lideró el llamado ejército norteño, que, guardando Bélgica de nuevo asalto de Austria, debía tomar Maastricht y luego ir hacia Nimega para reunirse con las tropas de Dumouriez. Pero los austríacos al invadir Aquisgrán hicieron a Miranda levantar el asedio de Maastricht, dejar Lüttich y retirarse a Lovania. Allí Dumouriez retirándose de Holanda se reunió con las tropas de Miranda y los dos perdieron la batalla de Neerwinden. Por supuesto, Dumouriez responsabilizó del fracaso a Miranda, quien había liderado el ala izquierda y había sido el primero en retirarse. Aunque es difícil decir, quien fue más culpable del fracaso, no cabe duda que en aquel caso Miranda no logró demostrar sus capacidades del jefe militar. Era un combatiente valiente y un teorético militar con mucho conocimiento, quien sólo entendía cómo hacer la guerra según las reglas de la ciencia militar, pero le faltaban el coraje y el ardor necesarios para liderar tropas, sobre todo las tropas francesas. Le acusaban de ser formalista, de no poder entusiasmar a los soldados, y además de que él, como un extranjero, no despertaba confianza en los soldados, quienes le llamaban “general sin patria”. Por su parte Miranda en las cartas a su amigo Pétion explica de una manera directa que el fracaso de Neerwinden lo causó la traición de Dumouriez, con quien había tenido una conversación muy indiciosa antes de la batalla. Dumouriez, quien siempre se había dirigido a Miranda con las palabras “amigo, hermano, compañero digno”, de pronto le preguntó:

  • ¿Qué hará Usted si le mandan a detenerme?
  • Lo haré, – contestó Miranda, – pero de toda forma una tal orden no la recibiría yo, sino el general Valence, cuyo grado sigue a lo de Usted.
  • Y sabe, – continuó Dumouriez, quien ya había empezado a negociar a escondidas con el enemigo, – parece que al fin y al cabo tendremos que ir a París a establecer la libertad.
  • ¿Y cómo lo haremos?
  • Con armas.
  • Entonces el remedio será peor que la misma enfermedad, por supuesto que me opondré a eso.
  • ¿Se enfrentará a mí?
  • Sí, si Usted se enfrentará a la república.
  • Bueno, Usted será Tito Labieno.
  • Que sea Labieno o Cato, pero siempre estaré al lado de la república.

Aunque se veía que después de aquella conversación las relaciones entre los dos se empeoraban y aunque Miranda advirtió que Dumouriez traicionaba la república, hasta cuando nadie lo sospechaba, Miranda fue entregado al tribunal como un cómplice de Dumouriez, cuando se descubrió que era traidor. Al principio no le interrogó la Convención Nacional, sino el Comité Militar, que le puso una lista de 65 preguntas. En el mayo de 1793 compareció ante el Tribunal Revolucionario y según su nuevo biógrafo Tronson-Ducoudray y sus antiguos biógrafos, coautores del diccionario enciclopédico de Larousse[8] y de “Biographie Universelle”[9], Miranda y su abogado Chauveau-Lagarde probaron en sus discursos enérgicos y bien compuestos que Miranda no había sido culpable de los fracasos del ejército francés en Maastricht y Neerwinden, y además no había sido cómplice del traidor Dumouriez. El caso de Miranda lo consideraban durante 11 sesiones, el público lo seguía con mucha atención: cuando el tribunal a una voz le exculpó, el público le mostró su compasión con aplausos y Miranda salió de la sala del tribunal triunfado. Sin embargo, la decisión del estricto tribunal, al que nadie podía sospechar de ser favorable hacia cualquiera persona, la cuestión de la responsabilidad por los fracasos del ejército francés, los que habían acabado en retiro de las tropas francesas de Holanda y Bélgica, no estuvo agotada y dio impulso a una polémica literaria, en la que participaron Dumouriez escribiendo sus memorias[10] y Miranda escribiendo un ensayo sobre la batalla de Neerwinden[11]. Además, se publicaron su correspondencia personal[12] y dos obras anónimas: “La vida del general Dumouriez”[13] y una carta respecto al libro “La vida del general Dumouriez”[14]. Hoy en día aquella polémica no representa ningún interés, pero en su tiempo conmovió a muchos; lo único que cabe decir en este respecto es que nunca había pruebas directas de la culpa de Miranda más que su incapacidad general de ser jefe militar.

Pero no pudo disfrutar de su libertad por mucho tiempo: después de la caída de sus amigos girondinos le volvieron a entregar al tribunal a la orden del Comité de la Seguridad Ciudadana. En la cárcel encontró a unos de sus antiguos amigos y conoció a Champagney, el secretario de Roland, y a Achille du Châtelet, a quien, aunque había derramado su sangre por la república, sospechaban de traición y quien se suicidó en su celda tomando veneno. El golpe del 9 de termidor (el 27 de julio de 1794) puso en libertad a Miranda, pero eso no puso fin a sus desgracias, le perseguían tanto la Convención como el Directorio y el Consulado por supuesta participación en conspiraciones realistas, dos veces fue condenado a exilio del que se salvó huyendo a Inglaterra. A primera vista parece extraño, que tanto los apasionados republicanos como las fuerzas reaccionarias y la dictadura persigan a este sincero seguidor de las ideas humanísticas de la Revolución francesa; la razón es que Miranda se quedó atrás de su tiempo y persistía demasiado abogando por la constitución inglesa, que adoraba. Ya en la cárcel sorprendió a Champagney con lo que prefería Inglaterra a Francia criticando a los jefes militares franceses, quienes lograban victorias violando las reglas de la ciencia militar. Y en el año 1795 publicó un folleto bajo el título “Opinión del general Miranda sobre la situación actual en Francia”, donde aconsejó a Francia que se quedara en sus fronteras del año 1792, porque “la gloria de la conquistadora no conviene a una república, donde se respetan los derechos humanos y las grandes verdades filosóficas”. Claro que una persona, que propagaba tales ideas y además era amigo de Inglaterra, despertaba sospechas a la nación que perdió la cabeza por sus victorias gloriosas y orgullo nacional. Por eso no era sorprendente, que Napoleón al reformar al ejército francés no guardara un lugar para Miranda, aunque aquel tenía grado de general francés. Por otro lado, uno podía comprender a Miranda, quien veía sólo injusticia e ingratitud por parte de varios gobiernos franceses y entonces, guardando rencor a su segunda patria, le volvió la espalda y se entregó de nuevo a su objetivo anhelado – la liberación de América Latina. No tenía nada que esperar de Francia porque el país se había hecho un aliado de España, y Miranda cifraba todas sus esperanzas en Inglaterra. Pero allí también le esperaba una desilusión profunda.

El primer proyecto de la liberación de América Latina con la ayuda de los Estados Unidos e Inglaterra fue elaborado por Miranda y una delegación mexicana a la llegada de los delegados a París. Los ingleses debían otorgar su flota de guerra y los norteamericanos – 10.000 soldados. A cambio Inglaterra recibiría 30 millones de libras esterlinas, un acuerdo comercial beneficioso, la construcción de un canal en Nicaragua o en el Istmo de Panamá y establecimiento de ramas del banco, que podrían enviar oro a Inglaterra según la necesidad, en Lima y en México. Los Estados Unidos por su parte adquirirían los territorios de Florida y Luisiana hasta el río Misisipi. Inglaterra, los Estados Unidos y América Latina formarían una unión estrecha basada en la forma política de los tres países o sea en la utilización razonable de la libertad civil. Por lo visto, el gobierno inglés dio su consenso a realizar el proyecto, y Miranda escribió a su amigo norteamericano Garrison: “Todo está arreglado, sólo esperan a la señal de su estimado señor presidente para emprender nuestra compañía con la velocidad de la luz”. Pero tuvo que esperar mucho tiempo. El presidente norteamericano John Adams se chocó con la resistencia de sus compatriotas a cualquiera operación militar ofensiva y sobre todo a colaboración con Inglaterra, que debería beneficiar del proyecto más que otros. Por otro lado, como Inglaterra participaba en la Segunda Coalición, necesitaba todas sus fuerzas para operaciones militares en Europa. Sólo en 1801 se reanudaron las conversaciones con el gabinete de ministros de Addington, pero poco tiempo después se firmó el Tratado de Amiens, y Miranda con su proyecto se quedó sin nada. Por tercera vez el proyecto emergió a nivel internacional después de la ruptura de las relaciones de Inglaterra con Francia en 1803 y con España el año siguiente. Pitt siguió escuchando a Miranda con compasión y encargó al lord Melville a elaborar con Miranda un plan de operaciones militares, pero, como siempre, el asunto no se salió de las promesas. Entonces Miranda perdió la paciencia y se marchó a los Estados Unidos, a donde le habían llamado los fugitivos de Santa Fe y Caracas, que se escondían allí. En los Estados Unidos Miranda encontró por lo menos la compasión por parte de la sociedad y cierto apoyo con dinero y voluntarios, además el almirante inglés Cochran le ayudaba en la medida de lo posible. Miranda se fue a Venezuela, se desembarcó en La Vela de Coro, publicó hojas volantes, en las que se dirigió tanto a “los buenos inocentes indígenas, como a los valientes mulatos y a los libres negros”. El objetivo de la expedición según aquellas hojas era “la independencia de todo el continente colombino y el bienestar de todos sus habitantes”. Pero el pobre patriota no tuvo suerte, las autoridades españolas capturaron a un gran número de sus seguidores y les fusilaron sin piedad, además pusieron un precio enorme por extradición o captura de Miranda, y como resultado los mulatos no se atrevieron a sublevarse. Miranda tuvo que tomar un barco y volver a Inglaterra.

Cuando empezó la Guerra de Independencia en España, al gobierno inglés se le ocurrió enviar a Miranda a la Península Ibérica, pero aquel se negó, lo que fue muy noble de él: “Sirvió en el ejército francés, y aunque Napoleón me trató de una manera injusta, nunca desenvainaré la espada contra mis antiguos compañeros de armas”. Pitt planteaba dejar España a la merced de José Bonaparte y prestar su atención a las colonias de España en América, donde las autoridades locales no querían reconocer a José como al nuevo rey de España y seguían leales a Fernando VII. Por supuesto Inglaterra podría intervenir en los asuntos de América Latina bajo el pretexto de la defensa de los intereses de Fernando, pero ya utilizó un tal esquema 100 años atrás cuando se apoderó de Gibraltar en nombre del archiduque Carlos. Por eso decidieron enviar al Mundo Nuevo las tropas lideradas por Wellington, e invitaron a Miranda a Cork para que tuviera conversaciones con Wellington, quien por el momento se encontraba allí con su cuartel general. Viendo una oportunidad para emprender otro intento a realizar su plan, el patriota latinoamericano se puso manos a la obra con mucho entusiasmo, y mientras que se hablaba sobre operaciones militares, Wellington le trataba de una manera amistosa, pero cuando Miranda mencionó la liberación de su patria y establecimiento de la república, el general inglés puso la mano sobre la empuñadura de su espada y exclamó: “nunca la desenvainaré para luchar por la libertad”. Aquel conflicto demostró que Miranda y Wellington nunca se llevarían bien; de todos modos, su plan no se cumplió, y cuando resultó, que era posible disputar la Península Ibérica a Napoleón, las tropas de Wellington las enviaron de Cork a Portugal en vez de América del Sur. Sin embargo, el gobierno inglés favorecía la actitud enérgica de Miranda, y el lord Cochren, quien seguía el jefe de la armada de las Antillas, difundía sus hojas volantes, que llamaban a una sublevación nacional. Pero cuando el encargado español en Londres Apodaca se quejó de tal comportamiento de Inglaterra, Canning contestó tranquilamente, que los hechos, que indignaban tanto al gobierno español, ya habían caducado, y que ahora “las acciones de Miranda no podían despertar ni preocupación ni sospecho”. Fuera lo que fuera la motivación de Inglaterra – objetivos humanísticos o intereses egoístas – pero a escondidas apoyaba al proyecto patriótico de Miranda, y la sociedad inglesa compadecía de él. La mejor prueba de aquel hecho fue un artículo publicado en “Edinburgh Review”, que tuvo mucho éxito. En el artículo se decía de una manera directa, que la liberación de América del Sur tendría una influencia tremenda y beneficiosa en todo el mundo, crearía un nuevo mercado para los productos ingleses y, con la construcción de un canal en el Istmo de Panamá, establecería relaciones muy estrechas entre el mundo desarrollado y los países orientales hasta el momento cerrados, como China y Japón. Por lo visto, el artículo fue escrito por iniciativa de Miranda, por lo menos estuvo en un folleto publicado en Londres poco tiempo después por Antepara, un amigo latinoamericano de Miranda.

Aprovechando aquellas circunstancias favorables Miranda volvió a viajar a América del Sur en 1811 y se desembarcó en La Guaira, Venezuela. Las autoridades españolas habían perdido su poder en el país y el pueblo saludó a Miranda como al liberador. Se convocó un congreso, y gracias al empeño de Miranda y de su compañero Bolívar, quien fue el coronel del cuartel general del ejército patriótico, Venezuela se declaró una república libre e independiente el 5 de julio de 1811. Miranda llegó a ser comandante en jefe y dictador, al principio todo iba bien, pero dentro de poco tiempo surgieron conflictos, iniciados por las intrigas de los realistas y los leales a España, quienes empujaron a sublevarse las guarniciones de Caracas y Valencia. Durante 8 meses Miranda resistió con una energía extraordinaria a los enemigos internos y a los españoles, quienes habían levantado la cabeza, pero por fin la misma naturaleza se puso de lado de los realistas. El 26 de marzo de 1812 un terremoto terrible devastó Caracas y la parte norteña de Venezuela, perdieron la vida muchos oficiales y soldados del ejército patriótico, la gente se entregó al pánico, de lo que se aprovechó el clero católico, fiel a España. Proclamaba que la desgracia fue un castigo divino para los insurgentes, y lo razonaba con el hecho de que los realistas no fueron afectados. Sus tropas, que se encontraban en el área no tocada por el terremoto, emprendieron una ofensiva contra los patriotas y aquellos se dieron a la fuga. Los realistas liderados por Monteverde actuaron con mucha energía, el número de traidores en las filas de los patriotas iba aumentando, y de pronto Miranda se quedó sin tropas, dinero y apoyo. Se sostuvo con firmeza en Caracas, llamó a todos los ciudadanos, capaces de luchar desde 15 hasta 55 años que se juntaron a él, y envió mensajeros a los Estados Unidos, Londres, Cartagena, y a las islas Antillas francesas para que pidieron ayuda. Pero antes de que se conociera el resultado, llegó una catástrofe total.

El 30 de junio de 1812 la guarnición de la fortaleza Puerto Cabello, donde estaban presos los realistas capturados, se levantó contra la república y solo pocos patriotas incluso Bolívar se salvaron huyendo. Al mismo tiempo en la costa oriental los negros, empujados por los sacerdotes católicos, proclamaron su lealtad a Fernando VII y se dirigieron a Caracas, que estaba en chaos. Miranda comprendió, que había perdido, y con el consenso de la junta inició negociaciones sobre la rendición con Monteverde. La rendición fue firmada, la república dejó de existir, y Miranda estaba a punto de marcharse a Londres en un barco militar inglés, cuando tuvieron lugar otros acontecimientos trágicos. Los patriotas más apasionantes encabezados por Bolívar demostraban su desaprobación hacia Miranda en particular por motivo de sus relaciones con Inglaterra. Ahora temían que Miranda, marchándose antes de que se ratificara la rendición, dejara el país a la merced del cruel Monteverde, mientras que el mismo iba a reposar plácidamente en Inglaterra, y por eso decidieron a detenerle. En el puerto de La Guaira, donde todavía existía el poder republicano, todo ya estuvo preparado para la partida de Miranda, pero Bolívar y sus seguidores persuadieron a su general, quien no sospechaba nada, de que se quedara allí para anochecer, aunque el capitán del barco inglés le animaba a marcharse. Por la noche Miranda fue detenido, y al día siguiente Monteverde, pese a la rendición firmada, capturo a Miranda y a los patriotas quienes le habían capturado a él, y los encerró en el fortín San Carlos.

Aquí empieza una agonía dolorosa para pobre Miranda, que duró 4 años. Al principio estaba preso en la cárcel de Puerto Cabello, de donde aquel trataba de escribir protestas contra la reacción ciega, apoderándose de Caracas, pero en vano. Luego le trasladaron al castillo El Morro en Puerto Rico y por fin a la cárcel Caraca en Cádiz. Varias veces intentó fugarse, pero sin lograrlo; una vez, cuando el éxito de la fuga fue garantizado, le denunció un inglés de Gibraltar, un tal general Duff, al quien Miranda se había dirigido para pedir dinero. Y por fin otro inglés, Shau, apareció una buena persona y le trajo 1.250 francos, pero ya era demasiado tarde. El 25 de marzo de 1816 tuvo el primer ataque cerebrovascular, y el 14 de julio el segundo le mató. Miranda tenía 63 años. “No me dejaron,” – escribió su criado, – “enterrarle a mi dueño de una manera apropiada con padres y monjes, cuando murió, agarraron su cuerpo con la ropa de cama, lo sacaron de la celda y enterraron, y después quemaron todas sus cosas”.

Tan triste fue el fin de la vida del mártir por la libertad de América del Sur, y su destino fue cruel a Miranda hasta su último minuto, porque las noticias sobre los éxitos de Bolívar, quien continuó su labor, apenas lograban su celda. El primer luchador por la libertad de un continente grande tuvo que morir desilusionado de su sueño claro, y sólo su seguidor y discípulo consiguió la fama del verdadero libertador de su patria y el glorioso nombre de Washington latinoamericano. Pero aquel no habría realizado su hazaña, si el pobre “Don Quijote revolucionario” no le hubiera dado el camino.

 

[1] La recolección de la Sociedad Histórica Imperial Rusa, vol. XXIII, p. 393-394

[2] El príncipe Nassau-Siegen, por el marqués de Aragón, París, 1893, p.133

[3] Las memorias del conde de Segur, vol. III, p. 77

[4] Ibídem, p. 241-242

[5] La Vie Contemporaine, el 1 de septiembre de 1894. El general Miranda – aventurero de los dos mundos, por Maurís Wahl

[6] Ibídem, p. 571

[7] Historia de Bolívar, por Ducoudray-Holstein, 1831, 2 vol.

[8] El Gran Diccionario Universal del siglo XIX, por P. Larousse, vol. XI, p. 319.

[9] Biografía Universal, Bruselas, 1845, vol. XIII, p.116.

[10] Memorias del general Dumouriez, 1793

[11] Orden de Dumouriez para la batalla de Neerwinden y el retiro que la sigió, 1793

[12] Dumouriez: Memorias y correspondencia, 1835, 2 vol. – Miranda: correspondencia a Dumouriez.

[13] La vida del general Dumouriez, La Haya, 1796.

[14] Carta anónima respecto al libro: La vida del general Dumouriez, La Haya, 1796.