Carmen L. Bohórquez
Historiadora y filósofa
Hace casi 230 años el venezolano Francisco de Miranda llegó a estas tierras empujado por el deseo de conocer en profundidad el alma rusa y la fuerza que había impulsado a este pueblo y a su emperatriz Catalina, a convertir a Rusia en una de las naciones más reputadas del mundo, no sólo por su grandeza material sino porque en ella encontraban cobijo y reconocimiento las ciencias, las artes y los espíritus libres en una época en que las sombras de la Inquisición segaban vidas y castraban el pensamiento. Pero en Rusia, Francisco de Miranda encontró algo más que conocimientos, cultura y amigos. Encontró el eco que andaba buscando sobre la justeza y la histórica necesidad del proyecto que desde 3 años antes, ya se había convertido en su única razón de vida: la emancipación de las colonias que España mantenía subyugadas en América.
Por ello, cabe decir que fue Rusia la primera y, materialmente, la única nación en apoyar decididamente y de manera oficial el proyecto emancipador de Miranda. Y esto no por las razones que aducen los frívolos cultivadores de la leyenda donjuanesca de Miranda, sino por razones fundamentalmente geopolíticas, dado el conflicto de intereses que en ese momento mantenían Rusia y España por el control de la costa americana del Pacífico norte; como también por la admiración que siempre tuvo Catalina por las ideas de la ilustración, de las que Miranda era un extraordinario portador, y como lo mostró al proteger también a Voltaire y a Diderot.