Por Moiséi Samuílovich Alperóvich
Doctor en ciencias históricas, especialista en América Latina
Extraído del libro Francisco de Miranda y Rusia. Moscú:
Editorial Progreso, 1989, p. 25-31.
Luego de deleitarse a plenitud con el pintoresco panorama del celeste golfo de Nápoles, recorrer las ruinas de la antigua Pompeya e inclinarse ante el sagrado para él sepulcro de Vergilio, el 16 de marzo de 1786 Miranda ocupa su asiento en la diligencia de correos que cinco días después lo llevó hasta las costas del Mar Adriático. A fines de ese mes zarpó del pequeño puerto Barletta rumbo a Dubrovnik (Ragusa).
Esta república urbana situada en el oeste de la Península de los Balcanes, en Dalmacia (actual Croacia), no habría llamado la atención del viajero de no haber sido un cómodo centro de tránsito rumbo a Grecia. En todo caso, no tenemos pruebas de que hubiese planeado su visita con anticipación. No obstante, este hecho jugó un papel muy importante en la determinación de Miranda respecto a sus planes futuros, pues fue en Ragusa donde tomó la decisión debido a la cual su dilatado viaje se prolongaría por más de tres años.
La república adriática, en aquel entonces vasallo del Imperio Otomano, sin embargo mantenía relaciones consulares independientes con Rusia. Desde 1785 el cónsul general de la gran potencia norteña en Ragusa era el conde Antoine Gicca de origen albanés, ex secretario de la legación rusa en Nápoles. Desde enero de 1786 las funciones de vicecónsul las cumplía Stepán Yampolski, con quien Miranda se conoció al llegar a Ragusa (2 de abril).
No sabemos en qué circunstancias se conocieron, sólo podemos imaginarlas. ¿Fue una simple casualidad o por iniciativa propia quiso Miranda por primera vez entablar relaciones con un diplomático ruso? Esto último, quizás, sea poco probable pues si él hubiera tenido esa intención habría podido materializarla mucho antes, durante su permanencia en los Estados alemanes e italianos, pues, en casi todos existían embajadas, legaciones o por lo menos consulados del Imperio Ruso, además en sus extraordinariamente detalladas y diarias notas de viaje no consignó intenciones de ese tipo.
Es muy posible que el venezolano haya visitado el consulado general de Rusia llevando una carta de recomendación dirigida a A. Gicca (quien encomendó a su subordinado a ocuparse del portador de la misiva) o al mismo S. Yampolski.
A lo demás contribuyeron el atractivo personal de Miranda y su aptitud innata de contactarse con facilidad y rapidez. De uno u otro modo, ya al día siguiente de su llegada a Ragusa recorría la ciudad acompañado del vicecónsul. En adelante también se encontrarían reiteradas veces.
Quizás, Yampolski fue el primer ruso con quien el viajero llegó a tratar. Es de suponer que aquel comentó a éste muchas cosas interesantes de Rusia y es posible que lo presentara a cierto coronel Pietro Natalí, quien prestaba servicio en el ejército ruso. Ese oficial compartió con Miranda las impresiones sobre Rusia y algunos testimonios de su historia, en particular, la brillante época de Pedro I, plena de acontecimientos notables.
Se sobreentiende que esa fue una información previa, elemental, tal vez insuficiente para tomar la firme decisión de visitar ese país, incluso aunque sus nuevos amigos se lo hubieran propuesto. A juzgar por los hechos, influido por los encuentros y conversaciones descritos, surgió en su mente una idea similar que fue madurando y concretándose a medida que se acercaba a los límites del imperio de Catalina II. A partir de entonces el interés que Rusia despertaba en el venezolano comenzó a ser consciente y orientado hacia un fin, pero cabe suponer que no estaba relacionado con algún tipo de determinados cálculos políticos, así sea por que ni Miranda ni sus interlocutores, con seguridad, tenían conocimientos sobre la creciente rivalidad entre España y Rusia en el Noroeste de América del Norte, provocada por el conflicto de sus intereses en esa región.
Después de permanecer alrededor de tres semanas en Ragusa, Miranda continuó el viaje en dirección sur por los mares Adriático y Jónico y luego de 22 días de alta mar el 13 de mayo arribó a la isla griega Zakinthos (Zante) y al cabo de varios días, atravesando el golfo Patras llegó a la ciudad del mismo nombre (en el litoral noroeste del Peloponeso). Allí se apresura a buscar al cónsul ruso, quien resultó ser Cristoforo Conmeno, de origen griego, el cual, durante mucho tiempo prestó sus servicios en Rusia. Es de suponer que la plática con este hombre instruido, que vio mucho, completaba la idea que Miranda tenía sobre el país que cada vez ocupaba más su imaginación.
En este sentido un significado importante, a lo mejor decisivo, tuvo la visita que el 15 de agosto de 1786 Miranda efectuó a Yákov Bulgákov, representante diplomático de la corte de Petersburgo (en Constantinopla, Imperio Otomano). El ministro recibió muy amablemente al visitante de América del Sur, sus conversaciones se prolongaron por un tiempo bastante largo. No nos queda otra cosa que adivinar el contenido de las mismas por cuanto en su diario Miranda no hace referencia sobre el particular, y en los informes, enviados por su interlocutor a Petersburgo durante 1786, no se logró detectar en general alusiones respecto a los encuentros con el venezolano.
A pesar de ello se puede admitir casi con total seguridad que ya en la primera conversación mantenida entre ambos el tema sobre Rusia ocupó un lugar importante, por no decir el principal. No está excluido que Bulgákov - un diplomático con experiencia y con una antigüedad de 20 años de trabajo, con acceso a la corte y, además, un hombre instruido que se interesaba por la literatura, aparte de proporcionar una información más amplia de su país, pudo haberle expresado algunas consideraciones respecto al interés que manifestaba el Gobierno de Catalina II por los asuntos americanos. Es muy probable que a su huésped le comunicara sobre el inminente viaje de la emperatriz a Táuride, anunciado oficialmente en el edicto del 2 marzo de 1786.
Sea como sea, a juzgar por los hechos, precisamente como resultado de sus visitas a la legación rusa Miranda decidió viajar a Rusia y, por lo visto, le habló de esto a Bulgákov. Cuando el 9 de septiembre otra vez fue a verlo, éste le entregó un pasaporte de entrada al Imperio, preparado con anticipación, asimismo cartas de presentación al jefe de la guarnición de Jersón y a otras personas. El 17 de septiembre don Francisco almorzó con Bulgákov y nuevamente conversaron mucho sobre Rusia.
Terminados los preparativos, Francisco de Miranda abordó la embarcación César Augusto y parte desde la capital del Imperio Otomano, Constantinopla, por vía del Mar Negro, hacia Jersón, Imperio Ruso, el día 23 de septiembre de 1786, “...A las ocho nos hicimos a la vela con viento fresco del Sur”. Tiene en su poder un pasaporte en el que figura con el título de “conde Miranda”. Dicho documento fue otorgado por el internuncio imperial del Sacro Santo Imperio Romano Germánico, Pietro Filippo Barón D’Herbert Rathkeal, en el que se ruega amigablemente “...a todos aquellos a quienes concierne, no solo dejarle proseguir libremente dicho viaje suyo, sino prestarle toda ayuda y favores, como nosotros haríamos en similares y otras ocasiones”. Además, el diplomático austríaco le suministró una nota para el cónsul imperial en Jersón, Rosarowitz, y un conocido comerciante holandés, de Büjükdere (ciudad situada en la costa europea del Bósforo), misivas a sus amigos de Jersón y Moscú.
La estadía de casi un año, se prolonga del 26 de septiembre (7 de octubre) de 1786 hasta el 7 (18) de septiembre de 1787. En ese período recorre el país a lo largo y ancho, transitando en resumidas cuentas y según los cálculos de Ángel Grisanti, casi 3.900 verstas (más de 4.000 kilómetros).
Miranda, obtiene un ejemplar de “La Historia de Rusia durante Pedro I, el Grande” de Voltaire, “cuyo gusto y juiciosas observaciones se me hacen cada día patentes”. De esta manera, el viajero, toma contacto con el país que empieza a conocer, complementando sus lecturas, con la obra de del General de Manstein, “Memoirs of Russia”, que a su juicio, es una “obra sumamente curiosa, instructiva y escrita con muy buen gusto”.
Las relaciones de Miranda con Rusia, con los representantes de su Gobierno y sus diplomáticos, abarcaron toda una fase de su vida (desde octubre de 1786 hasta septiembre de 1792).