Por Moiséi Samuílovich Alperóvich

 

Artículo extraído de la revista Новая и новейшая история [Nueva y novísima historia]. №1. Moscú: Editorial Nauka, 1986, p. 144-155

 

Traducido del ruso por Juan Pablo Duque Henao

Revisado y corregido por Juan Pablo Duque Henao

Editado por José Escalona Briceño

El 26 de septiembre (7 de octubre) de 1786, un velero austríaco, que navegaba el Dniéper río arriba, echó anclas en el animado puerto de Jersón justo antes de ponerse el sol. De la borda, bajó un hombre moreno de pelo castaño, de estatura un poco por encima de la media y, al parecer, de unos 35 años. Su figura fuerte y esbelta, su postura recta y su ligero andar, revelaban sin duda que era militar de profesión. Mientras que las líneas volitivas dibujadas en su expresivo rostro, su mirada perspicaz de ojos marrones y sus movimientos enérgicos y seguros, daban fe de capacidades extraordinarias, propias de una persona audaz y ansiosa de conocimientos.

Tanto en Estambul, de donde él había llegado, como en otros puertos de Turquía, en aquel tiempo cuasaba estragos la epidemia de la peste. Así, antes de que el forastero pisara tierra, fue inmediatamente puesto en cuarentena y pasó un mes completo en una casucha miserable que cumplía las funciones de aislador. Nuestro viajero, encerrado en los muros de la improvisada “enfermería", moría de aburrimiento, se veía obligado a perder el tiempo de alguna manera, a permanecer inmóvil aguantando un frío infernal. Pasaba horas con una botella de un buen y viejo Tokaji, leyendo lo que por entonces estaba de moda: las frívolas composiciones del novelista francés Rétif de la Bretonne. Ahora le contaremos al lector quien era en realidad este viajero y que lo había llevado al puerto principal del mar Negro en Rusia, lugar que en aquellos años era un puesto de avanzada importante en la frontera sudoeste del imperio de Catalina II.

El forastero de remarcable apariencia se llamaba Francisco de Miranda. Él nació el 28 de marzo de 1750 en Caracas —capital de Venezuela, en esa época colonia española en la costa caribeña de América del Sur— , en el seno de una familia de un acaudalado comerciante —nativo de las Islas Canarias — y una criolla local. Luego de terminar la escuela y la universidad en su ciudad natal, el joven, en 1771, salió rumbo a España, donde prestó el servicio militar. En calidad de voluntario, él aceptó participar en la guerra por la independencia de las rebeldes colonias británicas en América del Norte. Posteriormente, este criollo audaz se hizo general de la gran Revolución Francesa y su nombre está grabado en el Arco del Triunfo de París. Su retrato hace parte de la Galería de los Espejos en el palacio de Versalles, y tiene una estatua en el poblado de Valmy, donde se hizo famoso tras la batalla que coronó la histórica victoria de los franceses sobre el ejército de la coalición austro-prusiana.

Habiéndose negado a seguir la brillante carrera que le esperaba, Miranda, desde joven, decidió dedicar su vida a la generosa tarea de la liberar las posesiones transoceánicas de España del yugo colonial. Durante largos años se entregó por completo al logro de su objetivo, cada uno de sus movimientos resultaba molesto y peligroso a la hostil monarquía española, se convirtió en un rebelde eterno y conspirador. Él contribuyó de manera decisiva a la creación de la Primera República Venezolana (1811-1812), y en un momento crítico para ella, encabezó como Generalísimo la resistencia armada ante los realistas españoles. Forzado a capitular ante las fuerzas superiores de su adversario, el comandante en jefe, a consecuencia de diversos factores y circunstancias, cayó en manos de los españoles y poco tiempo después falleció en la casamata subterránea de la fortaleza insular de la Carraca, cerca de Cádiz[i].

El gran venezolano pasó a la historia como Precursor y líder de la lucha por la independencia de la América española pero según las justas observaciones de un investigador moderno “pertenece no sólo al mundo hispanoamericano. Él fue un personaje activo en la historia universal[ii]. Continuando su idea, este autor indica más adelante que Miranda “se hizo exponente de un período culminante” en el desarrollo histórico de América Latina, “cuya influencia llegó al mundo entero”.

El valiente libertador esperó, a lo largo de varios años, llevar a cabo sus ideas con ayuda de las potencias que se resistían a la metrópoli pirinea. Recorrió por mucho tiempo grandes distancias lejos de su patria, en busca de apoyo extranjero para sus planes revolucionarios. Estuvo un largo período en Inglaterra y Francia; visitó EE. UU. y las Antillas; pasó por casi toda la Europa continental, incluyendo Prusia y otros estados alemanes, Italia, Grecia, Turquía, Suecia, Holanda, Suiza, etc.

Durante sus muchos años de viaje por países del Viejo y el Nuevo Mundo, Miranda tiene la oportunidad de relacionarse, de conocer íntimamente, y a veces de entablar amistad con un amplio número de contemporáneos excepcionales que ocupaban distinguidas posiciones en la sociedad de entonces. Entre ellos: particulares monarcas (Catalina II, Gustavo III de Suecia, Estanislao II Augusto Poniatowski de Polonia), "padres fundadores" de la primera república independiente en el hemisferio occidental (George Washington, Thomas Jefferson, Samuel Adams, Alexander Hamilton), hombres de estado en las monarquías europeas (William Pitt el Joven, Grigori Potiomkin, etc.), jefes girondinos (Jacques-Pierre Brissot, Jérôme Pétion, Charles François Dumouriez, Jean-Marie Roland), ilustrados famosos (Thomas Paine, Guillaume-Thomas Raynal, Jean-François Marmontel, Nicolas de Condorcet), gloriosos caudillos (Piotr Rumiántsev-Zadunáyski, Alexander Suvorov, Mijaíl Kutúzov), el historiador Edward Gibbon, el dramaturgo Richard Sheridan, el actor François-Joseph Talma, el compositor Joseph Haydn, el escultor Jean-Antoine Houdon, etc[iii].

Una etapa esencial en el largo viaje de esta eminente personalidad por Europa fue su estancia casi anual en Rusia, desde el 26 de septiembre (7 de octubre)  de 1786 hasta el 7 septiembre (18 de septiembre) de 1787[iv]. La idea del viaje a nuestro país nació, por lo visto, en las costas del Adriático; luego maduró y se concretó a medida que las fronteras del estado ruso se hacían más cercanas. La decisión definitiva se tomó, al parecer, en Estambul, tras recibir información exhaustiva del ministro plenipotenciario de la corte petersburguesa, Yakov Ivánovich Bulgakov (en agosto de 1786). Entre la multitud de extranjeros que visitaron la gran potencia del norte en la época de Catalina, Miranda ocupa un lugar especial. El nativo de tierras lejanas, sobre las cuales incluso las clases cultas de la sociedad rusa tenían entonces una idea muy vaga, atrajo de inmediato la atención de influyentes personas pertenecientes a la élite política y social. Los estrechos vínculos con ellos, los contactos con la corte imperial, los altos funcionarios y los representantes de la diplomacia zarista no fueron cuestiones cortas y esporádicas, sino más bien toda una época en la brillante biografía del venezolano que dio inicio a las relaciones entre Rusia y América Latina.

Meses después de desembarcar en Jersón, ya a finales de diciembre de 1786, Miranda fue presentado ante el favorito todopoderoso de Catalina II, el Serenísimo Príncipe G.A. Potiomkin. El príncipe había llegado allí para organizar el recibimiento de la zarina que pronto arribaría a la Rusia del Sur. Su interés por el forastero que disponía de noticias útiles y de gran valor sobre diferentes países del Viejo y el Nuevo Mundo era inminente. El alto dignatario invitó al criollo, muy de su agrado, a hacer juntos un viaje por Crimea, después le pidió que lo acompañara a Kremenchug — en aquel tiempo centro administrativo del dominio de Ekaterinoslav— y luego a Kiev. Allí, el viajero conoció al verdadero dirigente del Departamento de Política Exterior, el conde A.A. Bezborodko; al gobernador general de la Rusia Menor, el mariscal de campo Rumiántsev-Zadunáyski; y a otros dignatarios. A mediados de febrero de 1787, él fue recibido en audiencia por la emperatriz, lo que dió comienzo a numerosos encuentros y conversaciones entre los dos. Ella lo trataba con suma benevolencia.

Mientras Miranda estuvo en el país, recorrió en resumidas cuentas más de 4 mil kilómetros[v]. Además de visitar el sur, fue a San Petersburgo y a Moscú, a Gátchina y a Tsarskoye Selo, a Vyborg y Kronstadt, sin contar otros muchos lugares en los que hizo escalas. En todas partes el sudamericano examinaba las calles de la ciudad, los puertos, los palacios antiguos, los monasterios, las iglesias, las mezquitas, las ruinas de antiguas catedrales y fortalezas, las manufacturas, los astilleros, las escuelas, los cuerpos de cadetes, las bibliotecas, los archivos, los hospitales, las cárceles, los asilos, los orfanatos, los mercados y los baños públicos.

De San Petersburgo y sus alrededores, él admiraba las obras maestras del Palacio de Invierno y del Hermitage, las fuentes del Palacio Peterhof, el palacio Oranienbaum y su parque. Además, visitó Shlisselburg, la fortaleza de San Pedro y San Pablo, la Academia Imperial de las Artes y Instituto Smolny para Nobles Doncellas.En lo que a Moscú se refiere, llamaron su atención la magnificencia pomposa de los palacios y las catedrales del Kremlin, la Armería, el Campanario de Iván el Grande, la campana y el cañon del zar. Él se deleito viendo la Catedral de San Basilio, Kitay-gorod, los monasterios Novodevichy y Donskoi, la torre Sujarev; llegó hasta Kolomna, el monasterio de la Trinidad y San Sergio, el Nuevo Jerusalén; anduvo por los paseos del pintoresco parque de la hacienda Kuskovo a las afueras de Moscú.

En Kiev el venezolano se entusiasmó con la antigua catedral de Santa Sofía, permaneció un buen tiempo en el Monasterio de las Cuevas, entró en ellas. En Crimea le interesaron Simferópol y Sebastopol, el palacio y los túmulos de los kanes en Bajchisarái, su residencia veraniega en Karassubazar (hoy Belogorsk), las ruinas de la antigua ciudad de Quersoneso, los restos de las construcciones genovesas en Feodosia y Sudak.

El círculo de amigos y conocidos rusos que tenía Miranda era excepcionalmente amplio. Entre ellos figuraban hombres de estado, altos funcionarios, jefes militares de mérito, diplomáticos rusos y extranjeros, cortesanos, señoras nobles, jerarcas de la iglesia ortodoxa, científicos, artistas e ilustrados, comerciantes ricos y propietarios de manufacturas. El encantador sudamericano poseía el don de gentes admirable, se acercaba a las personas fácil y rápido, encontrar con ellas un idioma en común e intereses a compartir, conquistaba su simpatía.

La lista de personas con las que durante este año se vio de manera regular o esporádica es bastante grande. Entre ellas, además de la emperatriz, G.A. Potiomkin y otros mencionados más arriba, cabe mencionar a: el heredero del trono Pavel Petróvich y su mujer María Fiódorovna; otro favorito de la emperatriz, A.M. Dmitriev-Mamonov; el vice-canciller y conde I.A.Osterman. En cuanto a los representantes del mando superior del ejército y la flota, se encontraron con el viajero americano: el futuro generalísimo A.V.Suvorov; el jefe del cuerpo de cazadores del Bug, general mayor М.I. Kutuzov; y el jefe principal del puerto de Kronstadt, almirante Samuel Greig.

Мiranda entabló profundas conversaciones con el arzobispo Ambrosio de Ekaterinoslav, el arzobispo Platón de Moscú y con el antiguo arzobispo de Eslava y Jersón, Eugenio. En el círculo de los cortesanos, él mantuvo relaciones amistosas con la influyente familia Naryshkin; el ayudante de campo F.I. Angalt; y las sobrinas de Potiomkin, condesas A.V. Branitskaya y E.V. Skavronskaya. Interlocutores suyos fueron también los viejos favoritos de la difunta emperatriz Elizaveta Petrovna: el conocedor de arte y la literatura I.I. Shuvalov y el coleccionador inconsolable de monumentos antiguos A.I. Musin-Pushkin. Compartió muchas horas con reconocidos científicos: el académico P.S. Pallas, D.S.Samoylovich y  K.I. Tablits.

Sabiendo que al simpático invitado de ultramar lo amenazaba el peligro de ser capturado por parte del gobierno de Madrid como "criminal de estado", Catalina II, ya en la primavera de 1787, le brindó a Miranda su protección y lo invitó a servir en el ejército ruso. Aunque el venezolano rechazó con delicadeza la propuesta, continuó gozando de la benevolencia de la corte. Más tarde, a causa de las acciones hostiles de la diplomacia española en la capital del Imperio ruso, el gobierno petersburgués lo tomó bajo su defensa. Antes de que el criollo abandonara Petersburgo, se enviaron cartas circulares a los representantes diplomáticos de Rusia en los estados europeos, con la orden de prestar ayuda a su portador. También le fue concedido el derecho de llevar el uniforme de coronel del ejército ruso y le entregaron letras de cambio y dinero en efectivo por un total de 15 mil de rublos.

El 7 (18 de septiembre) de 1787 el viajero zarpó de Kronstadt a Estocolmo. No obstante, mantuvo contacto con sus amigos rusos varios años más. En la capital de Suecia fue alojado en casa del ministro plenipotenciario de Rusia, A.K.Razumovsky. En Copenhague, Miranda también aprovechó con gusto la hospitalidad del ministro A.I.Kryudener. Su estancia de tres semanas en Hamburgo comenzó como siempre con la visita al enviado ruso en las tierras alemanas del norte, F.I. Gross. En La Haya, enseguida estableció relaciones de confianza con el enviado extraordinario S.A. Kolychevym, quien ante la partida del venezolano le dio un pasaporte con una nueva identidad, “el noble livonio De Merona”, y le firmó muchas cartas de recomendación. En Fráncfort del Meno, el criollo se detuvo especialmente para reunirse con el conde N.P. Rumyantsev, acreditado en una serie de estados y distritos imperiales en la región de Renania. Al final no pudo ver al conde y se vio obligado a conversar con el secretario de la misión. Estando en Bruselas, Miranda se encontró varias veces con el cónsul general ruso. En el norte de Italia, a donde llegó entre 1788 y 1789, él reestableció relaciones con los encargados de negocios de la corte petersburguesa en Génova y Turín. En París, el enviado I.M.Simolin no faltó al compromiso de tomar bajo su protección al extranjero con el cual la emperatriz había sido benévola.

Al regresar a la capital británica después de 4 años de ausencia, el protegido de Catalina II visitó al ministro plenipotenciario S.R.Vorontsov, quien informó inmediatamente esto a San Petersburgo. Cuando el venezolano se dio cuenta de la provocación armada por una red de agentes españoles en Londres con el fin de su captura, pidió incluir su nombre en el registro del personal de la misión diplomática rusa, y así se hizo. El criollo se apresuró a notificar a sus grandes protectores petersburgueses sobre la amenaza que lo perturbaba. Sólo después de la entrada de Miranda en el ejército revolucionario francés (agosto de 1792), hecho provocador de indignación extrema en la emperatriz y sus allegados, su relación con los representantes del estado y la sociedad rusa se vio definitivamente interrumpida. Mucho después, cuando el Precursor se consumía en una cárcel española, su viejo amigo S.R.Vorontsov, recordó con simpatía y compasión al "pobre Miranda", el que había proclamado la libertad y la independencia de su país.

¿Cuál fue el secreto detrás de la enfática benevolencia de Catalina II y su corte para con el viajero sudamericano? Existen al respecto varios puntos de vista que pueden ser reducidos a dos  versiones.

Una de ellas surgió al regreso del venezolano de Europa continental a Inglaterra. Quizás, por  influencia de sus relatos, algunos amigos de Miranda tenían la impresión de que la benevolencia excepcional manifestada para con él en Rusia, y la ayuda que le otorgaron tras su partida, fueron  producto de acercamientos íntimos entre el emprendedor criollo y la zarina. Este tipo de rumores se propagaban al principio en conversaciones privadas y cartas, posteriormente fueron recopilados por alguno de los biógrafos del Precursor. Sin embargo, todos ellos estaban basados en pruebas de poco peso y las conjeturas que podrían llegar a plantear no tenían ningún fundamento serio. El análisis hecho por el autor del presente artículo, no revela argumentos convincentes a favor de la hipótesis expuesta más arriba[vi].

Durante el estudio escrupuloso de los diarios y otros materiales del tan amado venezolano no encontramos ni indicio, ni la más mínima alusión a cualquier tipo de contacto a escondidas, de audiencia secreta o conversación, de correspondencia confidencial que no pudiera ser divulgada. Las innumerables aventuras amorosas ocupan un lugar considerable en la vida de nuestro héroe — un verdadero hijo de su siglo — y se ven muy bien reflejadas en las páginas de sus extensas notas. Allí, de manera más detallada, describe incluso las situaciones más picantes y los detalles más indecorosos, sin reparo alguno en sus palabras: cuenta no sólo sus efímeros encuentros con criadas y mujerzuelas, sino también sus impetuosos romances con señoras nobles de familias respetadas pertenecientes a la más alta alcurnia. Por eso, la ausencia total de señales claras que permitan inferir algo más entre Miranda y Catalina II es, según nuestro parecer, una circunstancia muy especial y hay que tenerla en cuenta.

De esta manera piensa una  arrolladora mayoría de historiadores interesados en el tema. En particular, la experta en la vida y la obra del Precursor, Josefina Rodríguez de Alonso, a quien todas “especulaciones acerca de la relación entre la Emperatriz de toda Rusia y Francisco de Miranda”, le parecen una “falsa leyenda[vii]. Esa misma opinión la comparten el historiador alemán Michael Zeuske y el francés Claude Manceron. El último, mencionando los incontables amoríos del criollo apasionado, escribe: “Era un gran amante de las mujeres, las prefería jóvenes y hermosas, y no pretendía favores de alcoba[viii]. El biógrafo chileno de Miranda, Miguel Castillo Didier considera que la supuesta relación íntima con Catalina II “no corresponde a la realidad y no tiene ningún refrendo documental válido[ix]. A propósito, el reconocido historiador venezolano Caracciolo Parra Pérez, que a mediados de los años 20 del siglo pasado, afirmaba con seguridad que la cercanía entre su famoso compatriota y la zarina era algo “posible”. Sin embargo, como resultado del examen crítico de todas las fuentes, al cabo de los años cambió su punto de vista. En 1964, él declaró con plena certeza: “No pienso que Miranda haya sido amante de la soberana rusa[x].

La otra concepción apareció poco después de la primera. A juzgar por las anotaciones en el diario, Miranda no compartió de inmediato sus planes de liberación con las diferentes personalidades rusas, es más, lo hizo de una forma muy ambigua. El caso es que no encontramos en el diario ninguna señal de apoyo a estas ideas por parte de la zarina y sus allegados, ninguna promesa o aseveración de este tipo. El interés y la compasión de la élite gobernante rusa eran exclusivamente para el sudamericano: la víctima de la monarquía española y sus abusos.

Tiempo después, sin embargo, Miranda consideró oportuno declarar públicamente que la emperatriz en un momento dado se había manifestado de alguna manera a favor de la liberación de la América española y había prometió su ayuda. Esta declaración la hizo tras los acontecimientos revolucionarios de 1808 en España. Para entonces el venezolano decidió recordarle a los hispanoamericanos y a sus aliados en Europa que había participado en la guerra de liberación de las colonias estadounidenses, que había servido en las filas del ejército revolucionario francés y que había sido perseguido por parte del gobierno de Madrid. Tal contexto da una explicación más convincente de la calurosa acogida en Rusia al precursor de la independencia. Influenciada por tales motivos, es probable, que Catalina II estuviera dispuesta a respaldar las ideas de Miranda[xi].

Gracias al propio Miranda, la interpretación acabada de mencionar, acerca del porqué de su estancia en Rusia, se hizo habitual. Esta variante, propuesta en última instancia por él mismo y basada en argumentos imprecisos, pasó de una composición a otra y llegó a consolidarse en la literatura histórica. Sin embargo, durante mucho tiempo, los especialistas en el tema no se preocuparon por terminar el rompecabezas que había dejado el Precursor para aclarar el trasfondo de la posición del gobierno petersburgués. Sólo entre los años 30 y 40 del siglo XX,  el científico moscovita V.M. Miroshevsky expresó su opinión y dijo que la protección ofrecida a Miranda por parte de la emperatriz rusa, se debió principalmente a motivos relacionados con la expansión de Rusia sobre el noroeste americano[xii]. En concreto, él mencionó: la expedición secreta de Billings en dicha región (1785-1794), los  preparativos para la circunnavegación de la escuadra de Mulovsky (1787) y las intenciones de Catalina II de realizar un proyecto análogo, el de Trevenen (1787).

Desde entonces, la concepción de Miroshevsky aparecía constantemente en trabajos de historiografía rusa y extranjera. Pero, a nuestro parecer, es extremadamente pobre y está alejada de la realidad. Sobre todo porque este historiador, sin mencionar a sus seguidores, se basa en un número reducido de fuentes. El diario, otros documentos de Miranda y los archivos diplomáticos rusos, por alguna razón, fueron casi que ignorados por el investigador. Además, el venezolano durante su estancia en Rusia, no escondió su odio hacia el colonialismo español, solo prefirió callar sobre sus intenciones de liberar la patria. En las conversaciones mantenidas con la soberana, a juzgar por los materiales que existen, no se habló del tema. De cualquier manera, es difícil creer que algo tan importante para él, no se haya desarrollado concretamente, ni haya encontrado reflejo en su extenso acervo literario.

Así, los datos a nuestra disposición no prueban ningún esfuerzo serio por ayudar a las colonias españolas en América a librarse del dominio de la metrópoli, ni siquiera demuestran la existencia concienciada de simpatía y  piedad hacia la sufrida población colonizada por parte de la clase gobernante rusa. El apoyo y las ayudas prestadas al invitado venezolano, la buena voluntad y los generosos subsidios fueron únicamente para el gentil "conde Miranda", no para la lejana América española de la cual él descendía. En cuanto al significado de los objetivos expansionistas rusos sobre el noroeste del continente americano como factor determinante en la relación del gobierno petersburgués y nuestro viajero, no hemos conseguido descubrir pruebas concretas. Las secretas instrucciones recibidas por Billings y Mulovsky limitaban sus acciones a la costa noroeste de América del Norte, no más allá del paralelo 40º Norte. Sí, y el “Colón ruso”, fundador de la Compañía del Nordeste, Grigori Shélijov, designó en calidad de frontera sur del avance a lo largo del continente americano, los 40° de latitud norte[xiii].

Así, los intereses de Rusia en aquel tiempo estaban concentrados en la parte superior de la costa pacífica norteamericana. Es poco probable que Miranda decidiera tomar parte en esta empresa, cuyo objetivo era el refuerzo de las posiciones del imperio de los Romanov en una región sumamente apartada de las colonias ibéricas. Parece entonces imposible hallar premisas reales para que el gobierno de Catalina II y el Precursor de las independencias sudamericanas realizaran acciones conjuntas en aquellas condiciones.

Pero aún así, surge inevitablemente la pregunta, ¿qué puede explicar por lo tanto la extraordinaria y calurosa acogida de Miranda en Rusia?

Rindiendo homenaje a su época y siguiendo la moda política de la segunda mitad del siglo XVIII, la emperatriz manifestaba considerable interés por los pensamientos de los ilustradores franceses que penentraron las esferas cortesanas de Petersburgo en los años 60. Sus gestos liberales, su insistente apego a los principios humanos, su atención benévola hacia los pensadores de Europa y la protección a ellos brindada, todo era dictado por la aspiración de adquirir en la sociedad europea la reputación de soberana sabia, justa e ilustrada. Deseando poner de su lado a personas con enorme influencia en la opinión pública de Europa Occidental, Catalina II, con mucho gusto, mantenía con ellos las conversaciones largas, escuchaba pacientemente sus opiniones acerca de diferentes cuestiones, compartía sus propios pensamientos, les escribía, consultaba, leía con atención sus obras, no escatimaba en ayudas económicas generosas[xiv].

De tal manera, es como en nuestra opinión, debe entenderse la relación entre la zarina y Miranda. Ella y sus allegados atendían con gran interés sus brillantes y vivos relatos sobre la América Española, sus declaraciones críticas contra el gobierno de Madrid, contra las crueldades de la Inquisición. Discutían también sobre política internacional, problemas de  literatura y arte. La corte rusa se sentía indignada por el abuso y la opresión de los poderes coloniales, se compadecía de los infelices compatriotas del venezolano, y pudieron llegar incluso a estar de acuerdo con la idea de independencia. No obstante, su indignación, simpatía y aprobación tenían un carácter abstracto y no significaban el hecho de estar preparados realmente para prestar apoyo en el asunto al que Miranda había dedicado la vida.

Desde nuestro punto de vista, el invitado sudamericano causó en Catalina II una impresión que es posible igualar, en cierta medida, con la que causaron los representantes de la Ilustración europea. Probablemente, ella vio en él un portador de puntos de vista análogos que pertenecía al mismo ambiente intelectual; un hombre educado, leído, que había visto y probado. Además, él era de un mundo lejano y exótico, disponía de información útil acerca de diferentes países, poseía un encanto personal enorme, era un interlocutor fascinante, y padecía las persecuciones de poderosos enemigos. Al mismo tiempo, sus pensamientos libertarios, sus críticas al despotismo español y la libre iniciativa de sus juicios podían infundir, hasta un límite, más respeto por él, siempre y cuando no implicaran algún tipo de acción práctica. Nada de esto significaba que existían  intenciones, ni siquiera lejanas, de dar pasos concretos a favor del movimiento liberador en las colonias americanas de España. Igualmente, “la amistad” con Voltaire, Diderot y otros ilustrados, no supuso la materialización de sus ideas en Rusia, ni mucho menos le impidió a la soberanía asumir posteriormente una posición muy negativa respecto la Gran Revolución Francesa, sin mencionar la represión contra A.N. Radíshchev, N.I. Novikov y Y.B. Knyazhnin.

Miranda, a su vez, no se hacía ilusiones con la posible ayuda del gobierno petersburgués en sus planes revolucionarios. Con todo eso, la emperatriz le inspiraba respeto y admiración. La idealización de Catalina II a los ojos de Miranda era producto de la habilidad que ella tenía para dejar en su interlocutor o corresponsal la impresión que este tanto esperaba. Lo que se manifestaba, en particular, en cartas y conversaciones con pensadores europeos. En cuanto a relación de nuestro héroe con la Semíramis del Norte, no podemos olvidar que por entonces la concepción de mundo de este destacado hispanoamericano no había generado ninguna consecuencia ni era radical. Por esta razón, no es asombroso que la voz de Miranda resonara en en el coro glorificador de la emperatriz rusa. Además, él juzgaba con sensatez los móviles de la monarca. Según el testimonio de Emmanuelle Rouergue de Servier — antiguo oficial del ejército napoleónico que sirvió luego bajo el mando del Generalísimo de la República Venezolana y que gozaba de la confianza absoluta de Miranda —, el venezolano, acordándose de la condescendiente posición de la zarina frente a las ideas de la Ilustración, se inclinaba por  explicar dicha actitud así: “no es por su alto nivel intelectual, no es por la impresión que pudieron causar en ella la correspondencia y el contacto personal con los filósofos del siglo XVIII, sino exclusivamente por la seguridad inquebrantable que tiene en su ilimitado poder”.

Entre los materiales relacionados con la odisea rusa de Miranda, son protagonistas, sin duda, sus anotaciones diarias en aquel período. El diario de viaje lo comenzó de joven, a los 20 años, y desde entonces se caracterizó por la exactitud en cada nota. A escribir regularmente inició aquel día de enero, cuando en un barco oceánico partió hacia una lejana metrópoli, sin sospechar que se despediría 40 años de su querida Caracas. Desde entonces, dondequiera que fuera, hiciera lo que hiciera, visatara a quien visatara, el pedantesco criollo día tras día describía de forma meticulosa sus viajes y encuentros, explicaba el contenido de sus conversaciones, relataba las distintas noticias que, en su opinión, eran de interés. Estas notas eran, por lo general, muy concretas, estaban llenas de abundantes detalles valiosos, procedentes de impresiones y observaciones a partir de mensajes confidenciales de interlocutores bien informados. También se basaban en el trato diario con un amplio número de personas, en la lectura de periódicos y libros, y en otras fuentes. “Él aparece ante nosotros, — indica su compatriota — como un viajero curioso, que observa, compara, sopesa, estima, rechaza, critica, aprueba... Nada se le escapa. Hablando con alguien, él tiene en cuenta la pulcritud de su interlocutor, la entonación de su voz, el estilo de su ropa, su cortesía, la expresión de su rostro, sus modales, su nivel de educación. Para él tienen importancia los motivos que determinan la conducta de las personas, su carácter y modo de vida, él trata de descifrar sus intenciones[xv].

El venezolano captaba rápidamente y comprendía de manera crítica la esencia de uno u otro fenómeno. Su excelente memoria y habilidad para hacer de las huellas frescas de cada acontecimiento un vivo bosquejo literario dedicado a una situación o personaje, le permitían fijar en su diario con estilo propio y muy detalladamente todo aquello de lo cual era testigo. Según  Josefina Rodríguez de Alonso, citada ya más arriba, “Miranda fue indudablemente el único viajero del siglo XVIII que ha dejado un registro tan detallado de distintos aspectos de la vida en la Europa prerrevolucionaria,él es sin duda digno de ser considerado el mejor autor de memorias en su tiempo[xvi].

Con las detalladas notas del diario él guardaba cuidadosamente documentos personales y familiares; correspondencia; copias de edictos reales y decretos del gobierno de Madrid; octavillas y folletos referentes a las posesiones españolas en el Nuevo Mundo; y papeles de todo tipo. Poco a poco, él se acostumbró a copiar las cartas enviadas, los proyectos, los recordatorios, los llamamientos y otros materiales.

Por algunas décadas, Miranda acumuló un número enorme de hojas, casi 15 mil (según José Luis Salcedo-Bastardo “un Himalaya de hojas”)[xvii]. A donde lo llevaran los reveses de la fortuna, él viajaba siempre con esta extensa colección de materiales importantes. Año tras año el volumen del archivo aumentaba y llevarlo consigo todo se hacía más difícil. En el verano de 1810, preparándose para el regreso a Venezuela después de una larga estancia en Europa, el práctico criollo dividió en tres partes, según el tema, todos los documentos. Luego ordenó encuadernarlos para la comodidad de su transporte y resultaron 63 pesados tomos. Entonces él le dio a esta voluminosa colección un nombre griego “Colombeia”, que significa: “papeles que se refieren a Colombia[xviii]. En Caracas, la compilación creció sistemáticamente.

Un poco antes de la capitulación del ejército republicano encabezado por él (julio de 1812), Miranda ordenó llevar el archivo a la isla de Curazao, colonia inglesa a donde tenía intención de partir. Sin embargo, como ya lo dijimos, cayó prisionero y su preciosa documentación desapareció sin dejar huella, por más de un siglo pensaron que se había perdido.

Solo hasta los años 20 del siglo pasado, el conocido investigador Caracciolo Parra Pérez, trabajando en los archivos londinenses, emprendió insistentes búsquedas de la colección desaparecida y llegó a la conclusión de que se encontraba en Inglaterra. Independientemente de él, lo mismo opinaba el profesor estadounidense William S. Robertson, quien a principios del siglo descubrió en los archivos británicos documentos que arrojaron una luz sobre el destino de lo perdido. Resultó que después de la caída de la república venezolana, el equipaje de Miranda llegó hasta Curazao, y de allí, por disposición del ministro de la colonia (y del ministro de defensa), lord Bathurst, fue enviado a Inglaterra. Sin embargo todas las tentativas de Robertson por encontrar huellas del archivo en Londres fueron inútiles.

A principios de la tercera década del siglo XX, la Comisión de Manuscritos Históricos de los Archivos Nacionales del Reino Unido envió a Cirencester — castillo de los Bathurst en el condado Gloucestershire — un empleado para que revisara documentos inéditos del archivo familiar allí guardado. El archivista vio en algunos papeles el nombre de Miranda. Poco tiempo después, Robertson se enteró del hallazgo y en el verano de 1922 llegó a Cirencester y encontró bastante rápido lo que tanto había buscado. Pero él no tuvo prisa en hacer público su sensacional descubrimiento, a consecuencia de lo cual, otro biógrafo de Miranda, Parra Pérez, se enteró de la noticia sólo en 1926. Y cuando estuvo totalmente seguro de que el archivo del Precursor se hallaba en manos de los descendientes de Bathurst, el historiador venezolano notificó esto al gobierno y por su encargo adquirió toda la colección, que más tarde fue entregada a la Academia Nacional de la Historia de Venezuela para su publicación[xix].

Esta misión se la encargaron al entonces director del Archivo Nacional de Venezuela, Vicente Dávila, y bajo su dirección, de 1929 a 1933, se publicaron 14 tomos del “Archivo del General Miranda”. Luego, en 1938, salió el tomo XV. 12 años después, el trabajo terminó con la publicación en La Habana de los últimos 9 tomos[xx]. En la edición indicada de 24 tomos, los materiales están organizados de la misma manera en que los agrupó el mismísimo propietario del archivo. Incluso han sido publicados en sus lenguas originales: español, francés, inglés, italiano, etc. Esta publicación única, ya hace mucho que se convirtió en una rareza bibliográfica. Tuvo un  gran significado para la ciencia, le abrió la posibilidad a los investigadores de estudiar la vida y la obra de Miranda con más certeza y más profundidad. Sin embargo, tenía ciertas fallas. En ella, por ejemplo, no estaba  todo lo recogido por el famoso venezolano. Además, la caótica disposición del material y la ausencia de un sistema racional para la distribución por tomos, dificultaban el trabajo de los historiadores. Igualmente, el texto no venía acompañado de los comentarios necesarios.

Por eso, nos parece sumamente actual la reedición del archivo en el más alto nivel profesional, emprendida conforme al decreto del presidente de Venezuela del 28 de septiembre de 1976. Esta  labor la lleva a cabo una comisión especial de la Cancillería venezolana, que muchos años dirigió Josefina Rodríguez de Alonso. Después de su prematura muerte en 1994, la tarea extremadamente difícil la continuaron sus fieles asistentes, Gloria Henríquez Uzcátegui y Miren Basterra Ariño, con la ayuda del venerable historiador y diplomático José Luís Salcedo Bastardo. Hasta ahora hay 16 tomos de una edición capital (aún no se termina) bajo el nombre de “Colombeia”[xxi].

La nueva publicación aventaja en muchos sentidos a la anterior. Ante todo, tiene una estructura bien pensada, precisa, de acuerdo a la cual todos los documentos, independientemente de su tipo o contenido, están organizados en forma cronológica y esto facilita considerablemente su consulta. Aunque en esta edición no se publican algunos materiales por ser considerados de poca importancia, los tomos son mucho más completos que los de la colección anterior “El archivo del General Miranda”. Cabe mencionar que fueron eliminados los errores de transcripción y los arcaísmos, teniendo en cuenta las normas del lenguaje literario moderno.

Los documentos relacionados con la estancia del venezolano en Rusia, componen la última parte del tomo IV y todo el tomo V de la publicación mencionada[xxii]. Incluyen su diario (un volumen con más de 300 páginas de letra muy pegada), que representa un valor excepcional: es el testimonio de un testigo presencial, curioso e imparcial, de un observador atento y reflexivo. Miranda describía, en general, los círculos aristocráticos y el ambiente cortesano, pero al mismo tiempo prestaba atención a las condiciones de vida de otras clases sociales. En sus notas encuentran reflejo las instituciones públicas rusas, los usos y las costumbres, el sistema judicial, las escuelas y los hospitales, las cárceles y los hospicios, la población, el nivel de los precios y muchas otras cosas más. Las lacónicas notas, que no fueron hechas para publicarse, están llenas de frases incompletas, no acabadas, de observaciones dejadas a la mitad, de abreviaturas, reticencias y así sucesivamente. Un complemento esencial al diario es la correspondencia de su autor con Catalina II, G.A. Potiomkin, A.A. Bezborodko, A.M. Dmitriev-Mamonov y otras personas[xxiii].

Una parte considerable de lo publicado ya es bastante conocida por los investigadores del movimiento libertador sudamericano (aunque la gran mayoría de especialistas en la historia nacional no la usa), y a diferencia de la primera edición, donde el material estaba confusamente disperso en diferentes tomos, ahora todo está en el lugar que le corresponde y ha sido corregido según las reglas ortográficas actuales. Además, han sido incluidas tres decenas de documentos antes no publicados, entre los cuales figuran la copia de los pasaportes dados al viajero por las autoridades rusas, y sus órdenes de abastecimiento para el tránsito por los caminos del imperio.

Es de gran interés también la sección del diario que relata la visita de Miranda a Suecia, Dinamarca, las Provincias Unidas (Holanda), los Países Bajos Austríacos, los principados alemanes del Rin, las ciudades libres del Sacro Imperio Romano Germánico, Suiza, la Alta Italia y Francia. Allí se reunió en varias ocasiones con representantes diplomáticos rusos. Este material, que abarca desde septiembre de 1787 hasta junio de 1789 y viene junto con otros documentos, ocupa la última sección del tomo V, los tomos VI, VII, y más de la mitad del tomo VIII[xxiv]. Ya que los diarios Miranda son indudablemente interesantes para un amplio círculo de lectores, sin contar a los especialistas en historia,  han sido publicadas traducciones de estas partes en diversos países. Tales publicaciones se hicieron en alemán, inglés, sueco y danés, y se imprimieron respectivamente  en Alemania, EE. UU., Suecia y Dinamarca[xxv]. Hace unos años salió en Kiev la traducción ucraniana de las notas hechas por el venezolano desde finales de septiembre de 1786 hasta comienzos de mayo de 1787, cuando se encontraba en los límites de la Ucrania actual[xxvi].

La contribución de los expertos rusos en Miranda hasta hace poco era bastante modesta, pues se habían publicado en ruso únicamente: la correspondencia de Miranda con la emperatriz y sus allegados, otros documentos de su herencia epistolar y fragmentos del diario donde se describe su visita al sur de Rusia, sus encuentros y conversaciones en Kiev con Catalina II y con altos funcionarios, sus reiteradas excursiones por el Kremlin[xxvii]. Sólo a finales del año pasado, la editorial Nauka imprimió la traducción de aquella sección del diario que abarca las fases petersburguesas y moscovitas de la epopeya rusa del Precursor[xxviii]. Esto con el fin de presentar al público ruso una obra histórico-literaria destacada en el último cuarto del siglo XVIII y dedicada a nuestro país. Más abajo encontrará por primera vez publicada la traducción completa.

Se han omitido palabras y expresiones difíciles de traducir, en su lugar hemos puesto puntos suspensivos.

Los editores han dividido el texto en secciones con títulos y subtítulos para una lectura más cómoda.

La traducción incluye el tomo IV y V de la “Colombeia” (Caracas, 1981—1982) y el libro “Francisco de Miranda. Diario de Moscú y San Petersburgo” de la editorial Biblioteca Ayacucho (Caracas, 1993). Fue realizada por M.S. Alperóvich (p. 24-98), V.A. Kapanadze (p. 250-320) y E.F.Tolstoi (p. 99-249).

 

 

 

 

REFERENCIAS BIBLOGRÁFICAS

[i] A la vida y obra de Francisco de Miranda le han dedicado una gran cantidad de publicaciones. En lengua rusa, ver: GRIGULEVICH, I.R. (1976). Франсиско де Миранда и борьба за независимость Испанской Америки [Francisco de Miranda y la lucha por la independencia de la América Española]. Moscú: Nauka, 278 p.

[ii] SUCRE FIGARELLA, J.F. (1998). Миранда: историзм и универсализм [Miranda: historicismo y universalismo].  // Revista Новая и новейшая история [Nueva y novísima historia]. № 1, p.64.

El científico estadounidense Joseph Thorning llamó a Miranda “ciudadano del mundo”. Ver: THORNING, J.F. (1967). Miranda: World Citizen [Miranda: ciudadano del mundo].  Gainesville, 324 p.

[iii] SUCRE FIGARELLA, J.F. (1998). Миранда: историзм и универсализм [Miranda: historicismo y universalismo].  // Revista Новая и новейшая история [Nueva y novísima historia]. № 1. p.65.

[iv] Ver: ALPEROVICH, M.S. (1986). Франсиско де Миранда в России [Francisco de Miranda en Rusia]. Moscú: Editorial Nauka, 351 p.

[v] Grisanti, A. (1928). Miranda у la Emperatriz Catalina la Grande. Caracas, p. 73.

[vi] Para más detalles ver: ALPEROVICH, M.S. (1986). Франсиско де Миранда в России [Francisco de Miranda en Rusia]. Moscú: Editorial Nauka, p. 257-261.

[vii] RodrÍguez de Alonso, J. Bosquejo biográfico de Francisco de Miranda// En: MIRANDA, F. de. (1978). Colombeia. T. I. Caracas, p. 34; Eadem. (1982). Miranda у sus circunstancias. Caracas, p. 34.

[viii] Zeuske, M. (1995). Francisco de Miranda und die Entdeckung Europas [Francisco de Miranda y los descubrimientos de Europa]. Hamburgo, p. 126; Manceron, C. (1987). Les Hommes de la liberte [Los hombres de la libertad].T. 5. París, p. 61.

[ix] Castillo Didier, M. (1995). Grecia у Francisco de Miranda. Santiago, p. 26.

[x] Parra-Perez, C. (1925). Miranda et la Revolution Francaise  [Miranda y la Revolución Francesa]. Paris, p. XXVII; Veáse también el diario caraqueño El Nacional del 25 de abril de 1964.

[xi] BURKE, W. (1808). Additional reasons for our immediately emancipating Spanish America [Razones adicionales de nuestra América Española para su inmediata emancipación]. Londres,  p. 70.

[xii] MIROSHEVSKI, В.М. (1940). Екатерина II и Франсиско Миранда [Catalina II y Francisco de Miranda]// Revista Историк-марксист [El marxista histórico]. № 2. p.128.

[xiii] Ver: ALPEROVICH, M.S. (1993). Россия и Новый Свет (последняя треть XVIII века) [Rusia y el Nuevo Mundo (último tercio del siglo XVIII]. Мoscú, p. 132; Eadem. (1999). Кульминация российско-испанского соперничества в Америке (80-е годы XVIII в.) [La culminación de la rivalidad ruso-española en América]// Revista Новая и новейшая история [Nueva y novísima historia]. № 5. p. 218-219.

[xiv] KARP, S. Y. (1998). Французские просветители и Россия [Los ilustradores franceses y Rusia]. Мoscú, p. 5-6.

[xv] Polanco Alcantara, T. (1996). Francisco de Miranda. Bosquejo de una biografía. Caracas, p. 208.

[xvi] Rodriguez de Alonso, J. Bosquejo biográfico de Francisco de Miranda// En: MIRANDA, F. de. (1978). Colombeia. T. I. Caracas, p. 33.

[xvii] Henriquez Uzcategui, G. (1984). Los papeles de Francisco de Miranda.Caracas, p. 17.

[xviii] La América Española era para Miranda el Continente colombiano o Colombia.

[xix] Sobre los archivos y la búsqueda, ver: SAMOILOV, A.M. (1969). Судьба архива Миранды [La suerte del archivo de Miranda]// Revista Новая и новейшая история [Nueva y novísima historia].  № 5. p. 144-147; Rodriguez de Alonso, J.Vicisitudes del Archivo de Miranda // En MIRANDA, F. de. (1978). Colombeia. T. I. Caracas, p. 21-26; Henriquez Uzcátegui, G. (1984). Los papeles de Francisco de Miranda.Caracas, p. 55-79, 95-126.

[xx] Archivo del General Miranda. T. I-XV. Caracas, 1929-1938; T. XVI-XXIV. La Habana, 1950.

[xxi] MIRANDA, F. de. Colombeia. T. I-XVI. Caracas, 1978-2000.

[xxii] Ibid. T. IV. Caracas, 1981, p. 483-541; T.V. Caracas, 1982, p. 43-456.

[xxiii] Este material de correspondencia está parcialemente publicado en ruso en el apéndice de la monografía : ALPEROVICH, M.S. (1986). Франсиско де Миранда в России [Francisco de Miranda en Rusia]. Moscú: Editorial Nauka, p. 291-292, 329-337.

[xxiv] MIRANDA, F. de. Colombeia. T. V-VIII. Caracas, 1982-1988.

[xxv] Meier, H. (1788). Der General Francisco de Miranda in Hamburg [El General Francisco de Miranda en Hamburgo] // Revista Ibero-amerikanische Blatter [Diario Iberoamericano].№ 7. p. 1-9; RYDEN, S. (1950). Miranda i Sverige och Norge 1787 [Miranda en Suecia y Noruega en 1787]. Estocolmo, 422 p; MIRANDA, F. de. New Democracy in America: Travels of F. de Miranda in the United States 1783-1784 [Nueva democracia en América: los viajes de F. de Miranda en los Estados Unidos 1783-1784]. Norman, 1963; ROSTRUP, H. Miranda i Danmark [Miranda en Dinamarca]. Copenhague, 1987.

[xxvi] MIRANDA, F. de. Щоденник [Diario]// Revista Київська старовина [La antigüedad de Kiev]. 1996.№ 1.p. 52-73; № 2-3. p. 9-39; Revista Память столпъ. [Pilares de la memoria]. 1996. № 1.p 6-38.

[xxvii] Первый латиноамериканец в Москве [El primer latinoamericano en Moscú]// Revista Латинская Америка [América Latina].1997. № 8-9; «Гишпанец граф Миранда» на юге России [El conde español Miranda en el sur de Rusia]// Revista Латинская Америка [América Latina]. 1999. № 5-6; 2000. № 3; Киевский треугольник: Екатерина II, князь Потемкин и «испанец по имени Миранда» [El triángulo de Kiev: Catalina II, el príncipe Potiomkin y un “español llamado Miranda”] // Revista Новая и новейшая история [Nueva y novísima historia]. 2000. №4.

[xxviii] MIRANDA, F. de. (2000). Российский дневник. Москва-Санкт-Петербург [Diario ruso. Moscú y San Petersburgo]. Мoscú, 221 p.